Etiquetas en la adolescencia





Por etiquetas entendemos aquella palabra, concepto, actitud que otorgamos a otra persona de forma repetida.


Eres un vago. Eres desordenado. Siempre estás gritando. No haces nada bien. Nunca acabas lo que empiezas. Eres un inútil. Siempre te preocupas más por tus amigos que por tu familia. Nunca dices la verdad. No se puede confiar en ti. Siempre tengo que decirte que estudies. No te esfuerzas. Eres un irresponsable. No sirves para estudiar. Nunca paras quieto. Solo sabes jugar a la consola. Siempre estas con el móvil. Eres igual que tu padre. Eres igual que tu madre. 


Y así podría seguir hasta el infinito. 
¿Cuantas de vosotras habéis dicho alguna frase parecida a vuestros hijos? ¿A vuestras parejas? ¿A vuestros amigos? ¿A vosotras mismas?

 
¿Que ocurre con las etiquetas?
Una vez tenemos una etiqueta asociada a una persona tenemos tendencia a centrar nuestra atención únicamente en aquellos hechos que nos reafirman nuestra opinión. El proceso es totalmente inconsciente. 
Si yo pienso que mi hijo es un irresponsable es más que probable que no vea la situaciones donde muestra su faceta responsable.
Si yo pienso que mi pareja es perezosa porque no colabora en casa, igualmente no prestaré atención a las veces, aunque sean pequeñas, que sí lo haga.
Con ello vamos confirmando las expectativas previas que teníamos y vamos alterando la realidad a partir de una idea preconcebida. 

¿Y que le ocurre a los niños y adolescentes?

En primer lugar, si no están de acuerdo con la etiqueta que le han establecido sienten un gran malestar. Este malestar puede provocar que intenten demostrar que la otra persona no tiene razón. 
Como la otra persona solo está centrada en aquellos comportamientos que reafirman su idea, es muy posible que no se de cuenta de estas demostraciones y no las valore. 
En este caso, poco a poco el niño va asumiendo que realmente él cambiando la idea de sí mismo y realizando conductas (o aumentando la aparición de conductas) que confirman ese cambio. 


Las etiquetas tienen un enorme poder. Cambian la realidad del que las percibe y del que las recibe. Generan malestar, angustia, tristeza, soledad e incluso desesperanza. En la mayoría de los casos son el origen de muchos conflictos dentro de la familia. 


 


¿Cómo lo atendemos?

El primer paso es tomar conciencia de las etiquetas que le estamos adjudicando a nuestros hijos (pareja, amigos, compañeros de trabajo....). 
Luego, podemos cuestionar los datos. ¿Que datos me confirman que eso es real? ¿Existen excepciones que estoy ignorando? Os aconsejo un juego: por un día, jugar a pescar las excepciones. Empezad por una etiqueta y poner toda vuestra atención en pescar todas las situaciones que os afirmen lo contrario a vuestra expectativa. 
Por otro lado, valorar hasta que punto lo que vemos en nuestro hijo no es un tema nuestro personal. ¿Quizás a mi me decían esto cuando era pequeña? ¿Quizás yo pensaba eso de mi? ¿Que sentimientos me genera darme cuenta de esto? ¿Cómo lo resolví en el pasado? ¿Cómo lo puedo atender ahora?

Antes de acabar quería hacer una breve anotación sobre otro tipo de etiquetas, las denominadas ”positivas”.



Eres muy inteligente, vas a llegar muy lejos. Eres la niña más guapa del mundo. Siempre te sale todo perfecto. Eres la persona más divertida que conozco. Eres muy responsable. Eres una persona muy fuerte. 


Tendemos a pensar que este tipo de etiquetas refuerzan el autoestima y la seguridad de nuestros hijos, cuando en realidad hacen lo contrario. 
En esta ocasión también les transmitimos que tenemos unas expectativas hacía ellos y ellos intentaran cumplir esas expectativas consideras positivas y socialmente bien valoradas. 
Este intento de ser siempre el más listo, guapo, perfecto, divertido, responsable y fuerte, genera en el niño y adolescente una auto exigencia muy elevada y pánico al fracaso y al error. 

En conclusión, permitamos que cada niños y adolescente sea tal cual es, con sus fortalezas y debilidades. Sin etiquetas de ningún tipo. Que hoy pueda ser alguien responsable, y mañana olvidarse la carpeta con el trabajo, sin que ello sea un drama, que lo pueda vivir como un error, un proceso de aprendizaje. 
Que hoy puedan tener la habitación echa un desastre y el fin de semana la recojan, sin que nadie les diga si son limpios o sucios, ordenados o desordenados. 
Que simplemente sean. 

Olga Pérez

Psicòloga i terapeuta gestalt
N. col. 15120

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